Este es el país de la confusión y la desinformación; de ponerle el nombre que sea a cualquier cosa. Algunos dicen lo primero que se le ocurre sin saber de lo que hablan. Otro tanto repite como el papagayo sin verificar la información porque suena bonito, porque lo dijo tal o cual persona o, simplemente, porque sí. Una gran mayoría sustenta sus opiniones e ideas en premisas incorrectas o falsas.
Creo, y lo he dicho hasta la saciedad,
que cada quién tiene derecho a pensar lo que quiera y apoyar lo que desee. No
tengo problemas con eso; con lo que sí es con el juego de palabras y conceptos;
con manipular. Porque si no se da la información correcta, si se disfraza, se
tergiversa, si se dicen medias verdades y se omiten o se acomodan datos a
conveniencia, es manipulación.
Las cosas hay que llamarlas por su nombre
y decirlas tal cual son para que cada quién tenga claro su verdadero
significado. Que tenga plena conciencia de lo que escoge y que sea por
elección, no por coacción o engaño. Por eso la trepadita.
Y es que cada vez se está haciendo más
evidente, el uso de la propaganda. Y lo quiero aclarar porque muchos,
erradamente, la están confundiendo con relaciones públicas. Lamento informarles
a los que creen que es lo mismo que están equivocados, que los tiros van por
otro lado y que una de esas cosas no es como las otras. Así que a engancharle
el milagrito al santo que le toca.
Y no estoy diciendo que una es mala y que
la otra es buena; lo que quiero dejar claro es que son cosas diferentes y que
no podemos confundirlas. Allá cada quién con la que prefiera; yo me quedo con
las relaciones públicas.