Siempre he pensado que ser servidor público conlleva una gran responsabilidad. Mucho más si se es un funcionario electo por el pueblo o seleccionado para dirigir alguna de las dependencias gubernamentales. Su deber ministerial no es con la persona que lo contrató o el partido al que pertenece o lo reclutó; sino con el pueblo, que es el dueño último de todos los recursos de un país; bueno, en eso dicen que se basa la democracia.
La democracia, según hemos escuchado desde pequeños, es el gobierno del pueblo para el pueblo. Nuestra amiga la RAE, la define como la “doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno”; y también como “predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado”. O sea, que tenemos el derecho y la obligación de velar porque los funcionarios hagan el mejor uso de los recursos para que beneficien al pueblo, AL PUEBLO, no a unos pocos.
Para asumir la responsabilidad del servicio público hay que estar bien planta’o. Su ejecución debe ser de la manera más transparente, digna, efectiva, con el bien común siempre en mente y, sobre todo, con un alto grado de honorabilidad. La honorabilidad no es otra cosa que la cualidad de ser honorable. Según la RAE, honorable es ser “digno de ser honrado o acatado”. Su otra acepción es “tratamiento que en algunos lugares se da a los titulares de determinados cargos”.
En Puerto Rico, el término honorable, según establecido, aplica a los funcionarios de gobierno y otros rangos especiales. Desde sus inicios el concepto de honorabilidad estaba enfocado en la persona, no en el cargo. Era un reconocimiento a las personas por su dignidad, por su honradez, por su conducta intachable y por su compromiso; entre otras cosas. La base de este pensamiento era que una persona, por su cualidad de honorable -por que lo era- entraba al servicio público a aportar a la sociedad. Buscaba con sus conocimientos ayudar a administrar de manera eficiente los recursos del país. No como vemos en algunos casos ahora, que las personas entran al servicio público para que le llamen honorables. Y ojo, indiqué “en algunos casos”, porque gracias a Dios no son todos; si fuesen todos, sería de “apaga y vámonos”.
En el Estado Libre Asociado de Puerto Rico, y vuelvo y digo, este es el nombre de Puerto Rico, nos guste o no. Es el nombre jurídico del país y está en la Constitución. No podemos tratar de cambiar las cosas por que no nos gustan; ¡por favor!, dejemos las susceptibilidades. Nada va sobre la Constitución; así que “Gobierno de Puerto Rico”, nada que ver. Dejemos a un lado el bendito complejo, los juegos ideológicos y las peleas chiquitas que nos tienen en este precipicio, llamemos las cosas por su nombre y hagámoslas como son.
Pues bien, en el ELA se reconocen como honorables al gobernador, a los presidentes y miembros de Cámara y Senado; al juez presidente del Tribunal Supremo, a los jueces asociados, al director administrativo de los tribunales y a los jueces superiores de distrito y de paz; al comisionado residente en Washington; a los secretarios del gabinete; a los alcaldes municipales y a los miembros de la Asamblea municipal, a los pasados oficiales o de alto rango del gobierno federal y de gobiernos extranjeros; al personal de alta jerarquía en organizaciones internacionales, ya sean elegidos o designados; y a los cónsules de países extranjeros acreditados ante el gobierno de Puerto Rico. El superintendente de la Policía de Puerto Rico y los directores ejecutivos no ostentan el cargo de honorables.
¿Cómo se utiliza el honorable? Como ya he mencionado, es un reconocimiento a la persona; así que va seguido del nombre, no del título oficial del puesto del funcionario público. En un programa vespertino que ya no está en nuestra televisión se hablaba del “honorable gobernador”. ¡Aaaahhhhh! El honorable; por ejemplo; más bien voy a usar dos ejemplos, uno de cada partido porque aquí la gente se siente por cualquier cosa. ¡Tenemos que crecer!. Pero como hoy estoy de buenas, pues pongo los dos. jeje Nada, en el caso del gobernador, debe ser: Hon. Alejandro García Padilla, gobernador de Puerto Rico o Señor gobernador, honorable Alejandro García Padilla. Para el comisionado residente: Hon. Pedro R. Pierluisi, comisionado residente de Puerto Rico en Washington o Comisionado residente de Puerto Rico en Washington, honorable Pedro R. Pierluisi. En el saludo, si es en correspondencia, debe ser: Estimado señor Gobernador o Estimado señor Comisionado Residente. En persona debería dirigirse a ellos como señor gobernador o señor comisionado residente. ¿Todos contentos? Pues seguimos.
Otra cosa, es que no se puede utilizar con los grados académicos. El gobernador, que la mayoría han sido licenciados en leyes... ¡ABRO PARÉNTESIS! {Deberíamos reevaluar esto, porque con tanto abogado, miren donde estamos; a lo mejor necesitamos mirar otras profesiones, a ver si así funciona mejor la cosa. Jeje -en broma, pero muy en serio-} ¡CIERRO PARÉNTESIS!. Lo mismo pasa con todos los demás. ¿Y por qué? Porque en ese momento, está fungiendo como gobernador, comisionado residente en Washington, secretario de gabinete, etc.; y no está ejerciendo su profesión. Puede ser abogado, ingeniero, doctor y hasta astronauta; pero en ese momento, eso no aplica.
Como la base de este reconocimiento está en el pueblo, esta muestra de cortesía o respeto se utiliza en correspondencia oficial y para reconocer su presencia en actos oficiales o sociales. Importante; su uso no es obligatorio, pero por deferencia a la persona, se le otorga. Claro, en este país tenemos que aprender a separar lo que es el respeto a los funcionarios y la politiquería. Y esto nada tiene que ver con si la persona es honorable o no; esto tiene que ver con urbanismo y educación. En muchísimas ocasiones, por nuestro proceder, dejamos claro que de eso nos falta, y mucho. Queremos demostrar que “somos la changa maximina” y sólo dejamos claro que tenemos poca educación. Si uno quiere que lo respeten, debe respetar. Se puede diferir pero hay que tirar una línea entre decir las cosas y ofender. Eso es ser “civilizado” y comportarse como personas adultas.
Bueno, importante es mencionar que los servidores públicos no pueden autodenominarse honorables, como muchos suelen hacer. Tampoco deben utilizarlo en sus comunicaciones. Como ya he mencionado, esto es un reconocimiento que le hacen las otras personas. Así que cuando vemos los comerciales de televisión o los anuncios de actividades en los municipios, como por ejemplo, las fiestas patronales, mencionando que el honorable tal o cual lo invita, es un soberano error. Tampoco pueden firmar como honorables, ni utilizarlos en tarjetas o en las identificaciones en sus respectivos escritorios. ¡Ah!, y algo muy importante, no aplica ni a las primeras damas, ni a las esposas de los alcaldes o funcionarios. Tampoco es algo hereditario.
En los últimos tiempos hemos visto como, algunos funcionarios se alejan cada vez más del sentido de lo que es el servicio público. Como bien lee la palabra, servicio tiene que ver con servir a alguien; con ser de utilidad para esa persona. Es ejercer un empleo o cargo propio en lugar de alguien. De eso es que se trata. Es trabajar en favor del pueblo. No es sacarle provecho a la situación, ni enriquecerse, si querer irse por encima de la ley. Es hacerse responsable y ser fiel a esos que le dieron la confianza para trabajar de una manera ejemplar, digna y certera con los recursos que tiene el país. Es su responsabilidad fundamentar, hacer crecer y velar por la solidez económica, social y cultural de nuestra nación. Es buscar que tengamos una mejor de vida y que mejoremos como sociedad; no un merengue social como el que tenemos ahora.
Antes de entrar al servicio público las personas deben evaluar bien qué es lo quieren. El servicio público no es para lucrarse, es para servir. El que desee lucrarse, que es algo legítimo en un sistema capitalista como el que tenemos, que trabaje en la empresa privada o que ponga su negocio. Son dos cosas totalmente diferentes; tan así, que las enseñan en escuelas separadas (administración pública y administración de empresas). Aprendamos a ser más responsables con nuestro país, con nuestros compatriotas, con las nuevas generaciones. Así sabremos si nuestro camino es el servicio público o no.
Pero la responsabilidad mayor recae en nosotros. Tenemos que hacer un buen análisis de las personas que vamos a elegir para los cargos públicos; como también debe hacer la persona que escoja a los funcionario y quienes los aprueban. Esto es como cuando uno tumba un dominó; tumbas uno y caen todos. Por eso es que TODOS compartimos la responsabilidad. Tenemos que tener claro lo que se espera de cada uno. El servicio público debe basarse en el respeto, en el compromiso, en la confianza y, sobre todo, en la honorabilidad; en la nuestra y en la de los funcionarios públicos. Es que si no estamos claros con esto, la cosa no va a funcionar. Sobre esto, ¡qué mucho tenemos que reflexionar!.
Hace años, mientras escribía para el semanario católico El Visitante, me atreví preguntarle al Emmo. y Rvdmo. Luis Cardenal Aponte Martínez por qué debíamos llamarlo Su Eminencia y a los demás obispos, Sus Excelencias, si no representaba eso una grave responsabilidad. Me dijo que, en efecto, títulos como el de "honorable" no significan que la persona lo sea de facto, sino que son un constante RECORDATORIO de su vocación, es decir, de lo que están llamados a ser. Así que vamos a recordarles continuamente que deberían ser honorables.
ResponderEliminarMuy cierto lo que te comentó Su Eminencia Reverendísima; no es que la persona sea de facto, aunque algunos se lo crean. Y más cierto aún que debe ser un recordatorio de su vocación, no algo para fanfarronear... Saludos.
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