Comienzo a escribir mientras disfruto de una aromática colada de café. No hay cosa más maravillosa, ni que llene más los sentidos que eso. El café es uno de los grandes placeres de la vida, especialmente para nosotros los puertorriqueños. De eso, no hay duda.
El café siempre ha sido parte fundamental de mi vida. Muchas de mis memorias, desde que tengo uso de razón, están ligadas a los aromas y a los sabores del café. Recuerdo muchas escenas familiares, tanto buenas como de las otras -como los velorios-, y el café siempre estuvo presente.
Cuando estudiaba en la universidad y regresaba a casa algunos fines de semana me recibían con una taza de café recién cola’o. Y así fue siempre a través de mi vida. Recuerdo que en par de ocasiones, desde la calle, sabía que uno de mis tíos había llevado una bolsita de café tostado y molido por él. Olía a gloria.