Sí, la dueña de la sillita, de esa misma es que voy a hablar. Porque no es mía, yo sólo la tomo prestada. La sillita sigue siendo de ella; de nadie más. Ya los que me conocen saben a quién me refiero. Y es que desde hace tiempo he querido escribir sobre ella y no lo había hecho. Pero esto de que su creador, Quino, recibió el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, me dio pie para hacerlo. Sí, hablo nada más y nada menos que de la inigualable, la única, la bien ponderada, la exquisita y sabia Mafalda.
Y es que como algunos saben, soy "archi-duper-súper-mega-fanática" de Mafalda. No recuerdo cuándo fue que la leí por primera vez. Sí debió ser hace muchísimo tiempo porque me parece que la conozco “de toda la vida”. Desde que la leí por primera vez me enamoré del personaje. Me identificaba y me identifico mucho con ella. Y es que además, Mafalda y yo somos contemporáneas. Nos llevamos pocos meses de diferencia, ¡pero naturalmente ella es mayor que yo! Bueno… eso no lo confirmaré porque no es importante.
Si algo me maravilla de esa tirilla cómica del genial Quino, es que aún cincuenta años después de creada (Opps!, medio choteada), el mensaje tiene más vigencia que nunca. Pareciera que Quino lo hubiese escrito para estos tiempos y para nuestra sociedad. La niñita que se trepa en la sillita sigue dándonos lecciones y golpes de guante blanco en la cara. Tiene una conciencia social muy fuerte. Podría parecer inocentona, pero esconde muchísima sabiduría. Su crítica es fuerte, mordaz. Su humor a veces es un poco pesado pero con una habilidad increíble para decir las cosas como son. Ya quisiera ser yo como ella cuando sea grande. Odia la sopa y es fanática de los Beatles. Pero no aburre para nada porque Quino hace un buen balance, o por lo menos yo lo veo así, entre la cotidianidad de la vida familiar, las duras realidades de la vida y las cosas que pasan en su país o a nivel mundial.