Por si las moscas...

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domingo, 12 de febrero de 2017

Visitar la historia


Siempre me ha gustado la historia. Pienso que, aunque muchas veces es un punto de vista de lo ocurrido, nos da una buena pista sobre acontecimientos pasados.

Eso mismo es lo que lo hace tan interesante. Porque al estar consciente de ello, trato de no quedarme sólo con ese ángulo de la situación y busco diversas fuentes con otros puntos de vista para ‘tratar de armar’ el cuadro completo.

Muchas ‘historias’, ‘historietas’ y ‘cuentos’ sobre situaciones históricas nos han hecho. Y con un enfoque occidental; mejor dicho, europeo. Y sobre eso, nos lo coronan con el estadounidense.

Siempre nos han mostrado la historia desde el ojo del conquistador, del que domina, del que somete, del amo. Rara vez desde la visión del conquistado, del que padece, del que atropellan, del que sufre. Y eso hace una gran diferencia.

Y lo digo porque la visión del conquistador sobre el otro es de superioridad. En muchas ocasiones lo ve menos, salvaje e ignorante. Que hay que salvarlo, convertirlo, educarlo, asimilarlo. Que antes era poco, pero que ahora gracias a ellos será gente.

Esa es la idea del que conquista, del que llega. Es imponerse ante otra gente, otra raza, ante otra cultura sin tan siquiera conocerlas o pararse a pensar si están haciendo lo correcto. En muchas ocasiones es demostración de fuerza, de dominio.

No es un encuentro, es una imposición. Es querer eliminar lo que son para que sean lo que no son. Y esto ha sido así toda la vida y en todos los puntos cardinales. Sólo hay que echarle un vistazo a la historia.

Por eso hay que ir más allá de lo que nos dan. Hay que ser autodidacta; no quedarse sólo con lo oficial. Hay que buscar, abundar, profundizar y ubicar las cosas en tiempo, espacio y circunstancias. Porque las cosas no se dan en un vacío.

Así fue que descubrí que nuestros taínos no eran vagos, que su sistema de sucesión tenía toda la lógica del mundo y que los indios norteamericanos sólo defendían sus tierras de los invasores.



También que a principios del siglo pasado se incluyó la letra de la danza La Borinqueña en los libros escolares para que las nuevas generaciones crecieran con ella y que se fuera olvidando la letra revolucionaria de Lola Rodríguez de Tió.

Porque para el que no lo sepa, ella le cambió la letra a ‘La Borinqueña’ e hizo un himno revolucionario. Así que el nuevo invasor buscó sepultarlo en el olvido, como todo lo que olía a nacionalismo o pudiera avivarlo.

Si me hubiese quedado sólo con lo que me dan, lo tomaría todo por bueno y sería del grupo que se cree todo lo que cualquiera, incluyendo la oficialidad, le dice. Se dice que los gobiernos prefieren mantener al pueblo en la ignorancia, para poder manejarlos mejor.

Porque mientras menos la gente sabe, más fácil es manejarla y de que se crean los cuentos chinos que les hacen. Y así muy bien lo presenta el lingüista y teórico Noam Chomsky con las diez técnicas de manipulación que identifica.

Y esto no es nuevo. Toda la vida ha sido así. Cuando tocamos la parte de historia del protocolo, vemos que desde que se comenzaron a establecer las civilizaciones siempre hubo quien puso la regla y quien la siguió. Gran cantidad de ejemplos hay.

Para muchos, los dioses le otorgaban el poder a sus dirigentes y así lo aceptaban. En la representación de la investidura de Zimri Lin, en el Palacio de Mari (Siria), aparece la diosa Isthar entregándole los emblemas del poder y la justicia, la vara y el arco, frente a otros dioses.

En el Código de Hammurabi, en su entroito, se puede apreciar al Dios Shamash entregándole a Hammurabi la vara de medir y la cuerda, que simbolizan el poder judicial y la justicia. En Egipto, el faraón era Dios y soberano.

¿Quién decidió que eran los dioses los que entregaban el poder y quiénes eran los elegidos por ellos? ¿Realmente fueron mandatos divinos? ¿Así legitimaban el poder? ¿Por qué se aceptaba tan crédulamente? Y esto se repite en la historia. Y sólo estoy preguntando.

Hay quien dice que la historia es cíclica. Por eso siempre he pensado que si se visitara más la historia, no se cometerían tantas atrocidades ni se repetirían tantos errores; porque de ella se aprende.

Tener una idea de lo que pasó, cómo fue y, sobre todo, el por qué. Esto es importante saberlo porque las cosas no suceden en un vacío. Todo tiene una razón de ser. Debemos estar claros que cada acción genera una reacción y  trae consecuencias.

Por eso hay que conocer, hay que buscar, hay que saber. Y nosotros, sabiendo tan poco de la historia nuestra. Deberíamos saber más; quiénes fueron nuestros próceres, por qué luchaban, qué buscaban que fuera la sociedad puertorriqueña y cuán grande era su amor a la patria; entre muchísimas cosas más.

Si conociéramos nuestra historia, nuestras costumbres y nuestra cultura, estaríamos más que orgullosos de ser puertorriqueños. Y es que somos una nación con mucha historia.

Porque como escribiera don Enrique A. Laguerre en una colaboración que hizo a la revista Tendencias de la ARPPR, allá para octubre de 2002: “Nosotros, sin embargo, tenemos una civilización mucho más antigua que la de la actual Metrópoli: San Juan se fundó a principios del siglo XVI; Jamestown, en Virginia, a principios del siglo XVII”.

Si estuviéramos conscientes de nuestras raíces y de nuestro largo caminar como sociedad, desde los taínos hasta el presente, el cuento fuera otro. Si hubiésemos visto nuestra realidad en la dimensión correcta, a lo mejor se hubiese aprendido algo y este país no estuviese tan chavao.

Y mientras no visitemos la historia y aprendamos de ella, seguiremos condenados a lo mismo.

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