Baile de bomba, de Rafael Tufiño |
Puertorriqueños al fin, escuchar un tambor es sinónimo de mover el esqueleto. A veces de manera imperceptible y sin querer. Es inevitable. Es instintivo. Y no puede ser de otra manera porque lo traemos en la sangre. Gran legado africano el ritmo y la cadencia que nos gastamos. Que no es poca cosa.
Gracias a Dios no tengo dos pies derechos -¿por qué tienen que ser dos pies izquierdos?- y algo de ritmo tengo; por lo que lo del baile no se me da tan mal. Así las cosas, desde siempre había querido aprender a bailar bomba porque me fascinaba, pero lo dejaba para después y al final, nada que ver.
Y no fue hasta enero pasado que, gracias a que muchos amigos me animaron, decidí tirarme ‘con tó y tenis’ y embarcarme en la gran aventura de aprender a bailar bomba. Me fui al Viejo San Juan a tomar las clases básicas en la ‘Escuela de bomba y plena Doña Caridad Brenes de Cepeda’ que dirige Tata Cepeda; integrante de una de las familias más reconocidas, respetadas y representativas de este género.
Y no me arrepiento en lo absoluto. Eso sí, tengo que decir que ‘no es lo mismo llamar el diablo que verlo venir’. jeje Y lo digo porque esto de la bomba no es fácil ná. En las primeras clases me bromeaba yo misma diciéndome que siempre creí tener más información genética de negra de la que realmente parecía tener. Jeje
Confieso que par de veces me pregunté qué rayos yo hacía ahí. Pero no me quité. Es que al principio pensé que iba a ser facilito, un quita'o; pero esto de aprender a bailar bomba es cosa seria porque requiere habilidad, destreza, técnica y, sobre todo, mucha pasión. Y entonces me di cuenta que tenía que amarrarme bien la falda.