El carisma del papa Francisco

Hay personas que inspiran. Hay personas que motivan. Hay personas que marcan. Hay personas que enamoran. Hay personas que dan esperanza. Hay personas que transforman. Hay personas que dejan huella. Hay personas como el papa Francisco. 

Francisco ha resultado ser una revelación, por lo menos para mí. No era “mi candidato” para ser papa, pero mis amigas argentinas, que conocían a Jorge Mario Bergoglio, no dejaron de decirme lo especial que era. “Tiene un pulmón y dos corazones”; es la frase que me ha repetido varias veces una de ellas. 

Como católica acepté al papa Francisco -al igual que muchos en el mundo- como nuevo pontífice, como vicario de Cristo, como obispo de Roma y como jefe de estado. No tenía por qué no hacerlo; era la decisión del cónclave. Además de que me fío del buen juicio de mis amigas. Y en poco más de cuatro meses como líder de la Iglesia Católica, está demostrando la buena madera de la que está hecho.

Del arranque, marcó la diferencia y la línea de su pontificado. Escogió por nombre Francisco, en honor a San Francisco de Asís. El primero en el Vaticano. Abre así una nueva era en la historia de la Iglesia por todo lo que representa y encierra ese nombre. Vivir la vida basada en el Evangelio, comprometido con los pobres, con la justicia social, con la oración y con Dios. Es el primer papa jesuita. Académico, educador, con varios escritos a su haber. Políglota.

Comienza a demostrar su humildad con algunos cambios; tanto en la utilización de las cosas como en el comportamiento. Entre otras cosas, prefiere un apartamento más modesto, comparte la misa con los empleados del Vaticano, hace sus propias cosas y no le gustan los excesos. Pero esto no era algo nuevo, porque dicen que siempre fue así. 

Está claro en lo que la iglesia necesita y lo que debe ser. Debe ser guía, debe ser más cercana, debe proteger, debe fomentar la justicia social, debe estar al lado del pobre, del desvalido y, sobre todo, debe vivir diariamente el Evangelio. Necesita volver a sus fundamentos, a los que le dieron vida como institución; salir de la zona de confort y vivir en pro de los semejantes a través de las enseñanzas de Jesús. Debe ser plataforma para hacer de éste un mundo mejor. 

Él está consciente que muchas cosas no caminan o se hacen como debieran hacerse. Y aquí quiero hacer un paréntesis porque cuando hablamos de la iglesia católica, a veces perdemos perspectiva.  Sí, la iglesia tiene a su haber un montón de faltas, de irresponsabilidades, de situaciones nefastas y conflictivas; entre otras muchas más; pero también realiza una labor social impresionante en el mundo a través de sus diferentes organizaciones y proyectos. Esto, rara vez se reseña.

Juzgamos muy duramente a la iglesia católica, mucho más de lo que deberíamos. Y con esto no estoy diciendo que hay que hacerse de la vista larga por todas las cosas que se han hecho, que se hacen y que se podrían hacer. ¡Jamás! Lo que estoy diciendo es que debemos estar claros que esta, aunque es una institución religiosa, está compuesta por personas; con todas las virtudes y con todos los defectos que se puedan tener. Esa es la condición humana.

La ambición, el egoísmo, las ansias de poder, la corrupción de algunos, -y todo lo que quieran- conviven con la esperanza, el deseo de hacer el bien, de la oración, de vivir para los pobres, para los necesitados, para los desvalidos, para los abandonados y el vivir diariamente la palabra de Dios con una fe inquebrantable de otros. 

Ahí es que creo está la grandeza y la enseñanza del papa Francisco; que está consciente de ello, pero trabaja para cambiarlo. Y no es diciéndolo, sino viviéndolo. Y eso es lo que más ha impresionado a todos; porque como dicen por ahí, él es de los que manda y va. En el poco tiempo que lleva, ya se está empezando a respirar un cambio. Está viviendo lo que predica; está demostrando que es posible.

No se anda con rodeos ni con paños tibios. Su mensaje es contundente, claro y pudiese incomodar a más de uno, pero sabe lo que quiere para la institución, para los católicos y para todo el mundo y no teme decirlo. 

Su carisma toca a todos, no importa si son católicos o no porque su pensamiento es universal, es de tender puentes, de buscar entendimiento, de cercanía, de aceptación y de respeto para todos. No juzga. Ese es el verdadero sentido del ser cristiano. Su mirada diáfana, transparente, tranquila y su sonrisa dan confianza. 

Providencialmente hablando, porque Dios en eso es perfecto, le da la oportunidad a Francisco de tener una jornada mundial de la juventud a los pocos meses de comenzar su papado. Su primer encuentro con ellos. Una juventud en la que ha cifrado sus esperanzas y a los que ha enviado a predicar el evangelio.  

El papa Francisco es un hombre que inspira, que contagia, que llega. Es un verdadero ejemplo de lo que es vivir el cristianismo. Confío que Dios le permita muchos años de papado para que siga impactando vidas porque un mejor mundo es posible; de eso no tengo la menor duda.

En estos tiempos de tanta tribulación, problemas, miserias, confrontaciones y corrupción, entre otras, necesitamos modelos, necesitamos guías, necesitamos buenos ejemplos, necesitamos cristianos, necesitamos gente justa y comprometida con los pobres, necesitamos más personas como el papa Francisco.