Por si las moscas...

Los comentarios vertidos en estos escritos son de mi total responsabilidad. Comparto lo que pienso y siento, simplemente para que se pueda apreciar otro punto de vista sobre la cosas. Pueden o no estar de acuerdo con lo que expongo; conmigo no hay ningún problema porque cada quien tiene el derecho a pensar lo que mejor entienda. Los comentarios son bienvenidos. Espero que si alguien difiere, lo haga con respeto; no escribiendo chabacanerías o insultando. Este no es el lugar para eso. ;-)

domingo, 26 de enero de 2020

Enseñarlos a pensar




Después de estar 20 años ofreciendo cursos a tiempo parcial en Sagrado, me tomo un descanso para recargar baterías. No sé por cuánto tiempo, si regreso al salón, a Sagrado o a dónde. Ya veremos cómo se va desarrollando la cosa.

Aunque realmente no estaré del todo alejada de la enseñanza porque seguiré ofreciendo los cursos de educación continuada para los relacionistas; así que no se librarán tan fácil de mí. Je, je.

Vivo enamorada de las relaciones públicas. Siempre he estado comprometida con mi profesión y la he respetado. Es por eso que quise aportar a ella desde el salón de clases. Quería colaborar en la formación a los futuros profesionales de la comunicación.

En una ocasión alguien me preguntó cuál era mi mayor satisfacción como profesora. Sin pensarlo dos veces le contesté que enseñar a los estudiantes a pensar.

Y es que desde el primer día de clases buscaba que ‘rompieran la cajita’. Comenzaban muy seguros contestando las preguntas que les hacía pero mientras les cuestionaba o desmantelaba los argumentos iban bajando revoluciones.

Desde el inicio se daban cuenta que las cosas no necesariamente eran como les habían dicho o como creían que eran. Ya empezaban a tener más cuidado con lo que decían y comenzaban a cuestionarse las cosas.

Siempre les aconsejaba que no aceptaran como cierto lo que yo les dijera. Que lo cuestionaran, lo dudaran y lo buscaran. Siempre me sonreía cuando les decía algo e inmediatamente sacaban su celular para verificar si lo que yo había dicho era cierto.

También les comentaba que no quería que pensaran como Marisa Vega, sino que cada uno de ellos tenía que desarrollar su propio criterio. Tenían que tener sus ideas propias.

Les decía que cada quien podía pensar lo que quisiera y que se le respetaba. Que lo único era que esa conclusión debía ser el resultado de un proceso de análisis y evaluación; que no era porque alguien le decía que era así, porque así pensaba toda la familia o porque lo repetía como el papagayo.

Las conclusiones a las que llegaran tenían que ser ponderadas y el resultado de la investigación, la comparación y el análisis de diferentes ángulos y perspectivas.

Aprendieron que no se podían quedar con un solo punto de vista, sino que debían conocerlos todos. Que teniendo una visión amplia de las cosas era de la única manera que iban a poder desarrollar estrategias de comunicación efectivas.

Le decía que tenían que tener un conocimiento mayor que el ciudadano promedio. Que tenían que saber lo que pasaba en Puerto Rico y en el mundo. Por eso tenían que leer noticias locales e internacionales. Y claro, no podía faltar la prueba corta para corroborar cuánto sabían de lo que estaba pasando.

Buscaba que desarrollaran el pensamiento crítico. Los trabajos eran de análisis y de actualidad; así que no podían copiarse. También tenían que hacer cualquier cantidad de trabajos fuera del salón de clases. Se molestaban por todo el trabajo que les asignaba; que nunca fue poco.

Siempre les decía que era mejor que se dieran contra la pared mientras estaban en la clase. Que prefería eso a hacerles la vida fácil y pasarle la mano porque después cuando fueran a trabajar no iban a poder resolver ninguna situación ni a saber desenvolverse.

Además, y algo muy importante para mí, les hacía entender que la ética era fundamental en el trabajo del relacionista y que la credibilidad y la reputación era lo único que teníamos los profesionales de la comunicación. Que si eso nos faltaba, no nos quedaba nada.

Pero lo mejor era cuando, una vez graduados y trabajando, le decían a una que gracias a los trabajos, a que tenían que leer los periódicos todos los días, a los análisis y a que les hacía pasar el Niágara en bicicleta, podían desenvolverse de manera efectiva.

Verlos ahora como han florecidos como colegas responsables y éticos aplicando lo aprendido en las relaciones públicas y en otros campos y profesiones. Muchos en posiciones importantes tanto en empresas como en organizaciones profesionales y hasta como profesores, es para mí motivo de orgullo.

Miro atrás y estoy más que satisfecha de haber dedicado estos 20 años a la formación académica de tantos profesionales de las relaciones públicas y, más que todo, de haberlos enseñado a pensar; que siempre fue mi principal objetivo. Solo me resta decir: Misión cumplida. 



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