Por si las moscas...

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martes, 24 de diciembre de 2013

¿Dios con nosotros; o quién…?

"La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel", que traducido significa: «Dios con nosotros». (Mt. 1. 23)


Cada diciembre me pregunto lo mismo: ¿Dios con nosotros o quién? Y es que la que comenzó siendo una época de celebración religiosa, con el pasar del tiempo se ha convertido en una gran fiesta del consumismo. Hemos sustituido el centro de la actividad navideña, que es el nacimiento de Jesús, por el centro comercial para comprar, comprar y comprar. Cada vez todo está menos relacionado a la época que se celebra.

Y no estoy diciendo que comprar es malo; no, no es eso. Es que casi nos transformamos, perdemos toda racionalidad y nos convertimos en rehenes de las tiendas.  Ya desde el bendito “Black Friday” comienza la histeria colectiva por el “tener”. Que en muchas ocasiones no es comprar lo que se necesita, sino conseguir lo que está en especial; sea lo que sea. Y ya sabemos en lo que ha desembocado esta actividad; que más que el inicio de compras de la temporada navideña, parece una cartelera de lucha libre. 


Regalar, según nuestra fiel amiga la RAE, es “dar a alguien, sin recibir nada a cambio, algo en muestra de afecto o consideración o por otro motivo”. Mediante los obsequios se busca agradecer a otra persona el que esté presente en su vida, que compartan un espacio. Es celebrar la amistad, el amor, la solidaridad, la confianza, la hermandad, la complicidad; en fin, en muchas ocasiones, es simplemente, estar. De eso es que se trata. 

Para demostrarlo necesariamente no hay que hacer grandes regalos, comprar lo más caro o endeudarse. El que pueda gastar sin problemas, pues perfecto; pero eso no garantiza nada. En ocasiones las cosas más sencillas, son las que dan más felicidad: compartir, agasajar, dar tiempo, amar. Es desear el bien de los demás. Y eso es lo que se celebra según nuestra tradición cristiana; el gran regalo que nos hizo Dios al darnos a su hijo para salvarnos. Dios con nosotros. La época es una de reflexión; es entender cuán grande fue, y lo que significa, lo que sucedió en Belén de Judea: el nacimiento de El Salvador. 

Es importante aclarar que este significado de la época navideña, el nacimiento del hijo de Dios, es para nosotros los cristianos. Otras religiones, incluidas la judía, no reconocen a Jesús como el salvador del mundo. Y no voy a decir que están mal o que son pecadores y no se van a salvar. ¡Dios me libre! Cada uno tiene su religión y cree en lo que cree. No somos nosotros quiénes para señalar a nadie. 

Al final, si venimos a darnos cuenta, muchísima similitud existe entre las diferentes religiones o entre las leyendas de los países. Por eso es que siempre he pensado que nadie tiene la verdad agarrada por el rabo. Que todas la religiones buscan lo mismo; manifestar el amor a Dios a través de sus hermanos. Todas están basadas en dar lo mejor de sí para hacer el bien a los demás, en ayudar a los otros y en vivir en comunidad. Es, a través de esto, buscar la conexión espiritual con el Creador; llámese como se llame, sea como sea; manifiéstese como se manifieste. Cada religión maneja las celebraciones de la época de acuerdo a sus creencias. Y es que cada una vive para las mismas fechas sus diferentes fiestas religiosas. 

Tengo que reconocer que yo trato de racionalizarlo todo. Un sinfín de cosas me he cuestionado, me cuestiono y me cuestionaré. Y es que la Biblia tiene muchísimas cosas discutibles; pero eso es tema para otro momento. Y no acepto las cosas tal cual; hay muchas que busco, analizo y trato de entender. Es normal y saludable. Pero cuando la razón no puede darme la respuesta, en muchas ocasiones lo mejor es soltarlo y creerlo por fe. Si queremos meditar sobre el nacimiento de Jesús; aquí unos interesantes análisis que aparecen en aciprensa: http://www.aciprensa.com/navidad/nacimientocristo.htm y en la Revista Ecclesia: http://www.revistaecclesia.com/el-nacimiento-de-jesus-en-belen-a-la-luz-de-los-evangelios-y-de-la-tradicion-cristiana/

Vivir la Navidad, en toda su dimensión, es aceptar la grandeza de Dios; su magnanimidad. Es entender que nuestra función en la tierra tiene que ver con el servicio al prójimo. Y esto no es hacer cosas extraordinarias, ni llamativas, ni proyectadas para que otros lo aplaudan; sino vivirlo en las cosas pequeñas del día a día; en los gestos, en las atenciones, en la compasión, en la tolerancia, en el amor. La palabra puede dar inspiración, pero son las acciones las que construyen. 

Durante estos días, además de las fiestas y las celebraciones, saquemos un momento para meditar, para pensar, para agradecer a Dios por todo lo que tenemos y lo que no; porque eso nos ha ayudado a crecer y a ser mejores personas. Que cada uno busque en sí lo que mejor representa ese amor de Dios para con nosotros y compartámoslo con los demás. Convirtamos nuestro corazón en un cálido pesebre de amor para recibir la gracia de Dios y acoger al prójimo; no importa quien sea. Al final, todos somos hijos de Dios y merecemos el mismo trato y respeto. Esa es la gran lección. 

Hagamos de este país un mejor lugar donde vivir. Dejemos los egoísmos, la intolerancia, el abuso, la corrupción, la descortesía, el engaño, el aprovecharse de los más ingenuos y desvalidos, de los más débiles. Dejemos a un lado lo material y enfoquémonos en el bienestar de los demás; en ser. Seamos personas, seamos hombres y mujeres de bien. Seamos ejemplo y el vivo retrato de lo que es el amor de Dios; al final de cuentas, lo que celebramos es tener a Dios con nosotros.

“De pronto, se les apareció el Angel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Angel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Y junto con el Angel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él». (Lc. 2. 9-14)

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