Después de estar 20 años ofreciendo
cursos a tiempo parcial en Sagrado, me tomo un descanso para recargar baterías.
No sé por cuánto tiempo, si regreso al salón, a Sagrado o a dónde. Ya veremos
cómo se va desarrollando la cosa.
Aunque realmente no estaré del todo
alejada de la enseñanza porque seguiré ofreciendo los cursos de educación continuada
para los relacionistas; así que no se librarán tan fácil de mí. Je, je.
Vivo enamorada de las relaciones
públicas. Siempre he estado comprometida con mi profesión y la he respetado. Es
por eso que quise aportar a ella desde el salón de clases. Quería colaborar en
la formación a los futuros profesionales de la comunicación.
En una ocasión alguien me preguntó cuál
era mi mayor satisfacción como profesora. Sin pensarlo dos veces le contesté
que enseñar a los estudiantes a pensar.
Y es que desde el primer día de clases
buscaba que ‘rompieran la cajita’. Comenzaban muy seguros contestando las
preguntas que les hacía pero mientras les cuestionaba o desmantelaba los
argumentos iban bajando revoluciones.
Desde el inicio se daban cuenta que las
cosas no necesariamente eran como les habían dicho o como creían que eran. Ya
empezaban a tener más cuidado con lo que decían y comenzaban a cuestionarse las
cosas.
Siempre les aconsejaba que no aceptaran
como cierto lo que yo les dijera. Que lo cuestionaran, lo dudaran y lo
buscaran. Siempre me sonreía cuando les decía algo e inmediatamente sacaban su
celular para verificar si lo que yo había dicho era cierto.
También les comentaba que no quería que
pensaran como Marisa Vega, sino que cada uno de ellos tenía que desarrollar su
propio criterio. Tenían que tener sus ideas propias.
Les decía que cada quien podía pensar lo
que quisiera y que se le respetaba. Que lo único era que esa conclusión debía
ser el resultado de un proceso de análisis y evaluación; que no era porque
alguien le decía que era así, porque así pensaba toda la familia o porque lo
repetía como el papagayo.
Las conclusiones a las que llegaran
tenían que ser ponderadas y el resultado de la investigación, la comparación y
el análisis de diferentes ángulos y perspectivas.
Aprendieron que no se podían quedar con
un solo punto de vista, sino que debían conocerlos todos. Que teniendo una visión
amplia de las cosas era de la única manera que iban a poder desarrollar
estrategias de comunicación efectivas.
Le decía que tenían que tener un
conocimiento mayor que el ciudadano promedio. Que tenían que saber lo que pasaba
en Puerto Rico y en el mundo. Por eso tenían que leer noticias locales e
internacionales. Y claro, no podía faltar la prueba corta para corroborar
cuánto sabían de lo que estaba pasando.
Buscaba que desarrollaran el pensamiento
crítico. Los trabajos eran de análisis y de actualidad; así que no podían
copiarse. También tenían que hacer cualquier cantidad de trabajos fuera del salón de clases. Se molestaban por todo el trabajo que les asignaba; que nunca fue
poco.
Siempre les decía que era mejor que se
dieran contra la pared mientras estaban en la clase. Que prefería eso a hacerles
la vida fácil y pasarle la mano porque después cuando fueran a trabajar no iban
a poder resolver ninguna situación ni a saber desenvolverse.
Además, y algo muy importante para mí,
les hacía entender que la ética era fundamental en el trabajo del relacionista
y que la credibilidad y la reputación era lo único que teníamos los
profesionales de la comunicación. Que si eso nos faltaba, no nos quedaba nada.
Pero lo mejor era cuando, una vez
graduados y trabajando, le decían a una que gracias a los trabajos, a que
tenían que leer los periódicos todos los días, a los análisis y a que les hacía
pasar el Niágara en bicicleta, podían desenvolverse de manera efectiva.
Verlos ahora como han florecidos como
colegas responsables y éticos aplicando lo aprendido en las relaciones públicas y en otros campos y
profesiones. Muchos en posiciones importantes tanto en empresas como en
organizaciones profesionales y hasta como profesores, es para mí motivo de
orgullo.
Miro atrás y estoy más que satisfecha de haber dedicado estos 20 años a la formación académica de tantos profesionales de las relaciones públicas y, más que todo, de haberlos enseñado a pensar; que siempre fue mi principal objetivo. Solo me resta decir: Misión cumplida.