Por si las moscas...

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domingo, 6 de enero de 2013

Oro, incienso y mirra pa’ este pueblo



La fiesta de Reyes es una de nuestras tradiciones más bellas. Desde pequeña, para mí, esta festividad siempre ha tenido “magia”.  En los primeros tiempos era por la ilusión de que los reyes, que eran magos, visitaran a Jesús recién nacido y nos repartieran regalos a nosotros. ¡Hombre!, que era tremendo esfuerzo venir desde Oriente Medio, en camellos, hasta esta islita caribeña y eso se agradecía. Éramos testigos de su “viaje” a Belén y a estas tierras. Mientras ellos seguían la estrella nosotros los observábamos en el firmamento. ¡Qué ilusión! En algún momento pensé, cuando los veía a caballo, -yo siempre tratando de analizarlo todo- que cuando llegaban a Puerto Rico, cambiaban de “vehículo” para poder manejarse en estas tierras porque los camellos no conocían el terreno. Jeje 

Con el tiempo, el sentido de la festividad fue cambiando. Empecé a ver la Epifanía más en el contexto religioso, en la adoración al hijo de Dios. Era el reconocimiento de su divinidad. El Evangelio de Mateo demuestra la fuerza de la Palabra. Es el único que hace alusión a este evento tan trascendental y que nosotros por fe y tradición aceptamos. Y digo esto porque cuando se trata de racionalizar lo mínimo (que si eran o no reyes magos, que si eran tres o cuántos eran, que si fue o no fue en enero, que si tal o mas cual), como yo siempre hago, llega un momento que hay que soltar y creer por fe. 

Pero lo mejor es vivirla desde el punto de vista cultural, de fiesta de pueblo arraigada en lo religioso y lo tradicional. La festividad de la Epifanía, las promesas de reyes, las cabalgatas, las reuniones familiares, etc.; nada mejor que vivirlo en el campo con comida típica, aguinaldos, el familión y los amigos. La Epifanía es una fiesta de dar, de compartir, de ofrendar… y de seguir en el apogeo del jolgorio navideño.

Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra”; estas palabras de Mateo siempre me han sobrecogido. ¿Por qué oro, incienso y mirra? Buscando por aquí y por allá, encontré que el oro era lo que se ofrendaba a los reyes; así que fue un reconocimiento, una aceptación de que era rey. Por otro lado, el incienso y la mirra, según la RAE, son gomorresinas -resinas de árboles y plantas- que crecen en las zonas arábica, india y africana. El incienso es una gomorresina en forma de lágrimas, de color amarillo blanquecino o rojizo, fractura lustrosa, sabor acre y olor aromático al arder y la mirra es una gomorresina en forma de lágrimas, amarga, aromática, roja, semitransparente, frágil y brillante en su estructura. 

Interesantes pues, me resultan los regalos que le llevaron los reyes al niño.  El oro es el símbolo del rey y representa el poder enmarcado en la impartición de justicia y paz. El incienso es el símbolo de Dios, que despide un buen olor al arder y se usaba para las actividades religiosas. Y la mirra es el símbolo del hombre y para los antiguos, era un bálsamo muy precioso. Eso mismo es lo que necesitamos en este país; que haya justicia y paz, que mantengamos la fe y que haya solidaridad. Debemos vivir el sentido de comunidad comprometiéndonos con el prójimo y siendo bálsamo para otros. Debemos aportar, en la medida que podamos y de la manera que esté a nuestro alcance para el beneficio de este país; cada uno desde su "trinchera". Que tanto nuestros líderes como nosotros hagamos lo correcto y nos enfoquemos en lo que nos une y no en lo que nos separa. Que nos demos cuenta que todos somos puertorriqueños y que tener un mejor país es posible. 

Sigamos el ejemplo de Gaspar, Melchor y Baltasar, que no importó la distancia, las situaciones con las que se enfrentaron y las vicisitudes que padecieron, las sobrellevaron con perseverancia, paz, fe, amor y esperanza para cumplir así con su misión que era ofrendarle lo que tenían al hijo de Dios. ¡Feliz Epifanía!

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